El escritor



El 11 de junio de 1936 murió Robert E. Howard, uno de los escritores de ficción más importantes e influyentes del siglo XX en el género de la fantasía. Pero el tiempo ha sido ingrato, no otorgándole el sitial de honor que merece, como sí ha pasado con otros escritores coetáneos -que también revisaban este tipo de géneros- como lo fueron H. P. Lovecraft y J. R. R. Tolkien, relegándolo a poco más que un autor meramente referencial al momento de hablar del género de la fantasía y del misterio.

     Conocido, principalmente, por sus personajes más célebres: Conan y Solomon Kane -este último en menor grado-. Formó parte del círculo de Lovecraft, publicando obras que enriquecieron la narrativa del horror cósmico, así como otra serie de historias fantásticas, épicas, misteriosas y de aventura. Una narración fluída y una prosa muy gráfica -y preciosista en muchos momentos-, son características destacables de su fascinante estilo.

     Por lo antes mencionado, por ser uno de los escritores más me gustan -a nivel personal- y por mucho más, decidí escribir este cuento como tributo y homenaje, en el memorial de su muerte y también un artículo donde explicaré las referencias e influencias que presenté en este cuento. Sin más que agregar, espero que disfruten.

~Currutaco 

En memoria a Robert E. Howard


I


<<Cuenta tu historia>>


¿Quién eres?... ¿eres Dios?


...


¿Hola?...


...


Bueno... no tengo mucho que contar, sólo viví 30 años, todo lo dejé en mis cuentos, en cierta forma, que no fueron pocos. No hay nada de mi vida que quiera contar. Tal vez será muy reseñable para muchos, pero yo ya no quiero saber nada. ¿Me puedo ir?... ¿no?... supongo que aquí me quedaré hasta que no cuente algo... Bueno... no veo ningún problema en ello, después de todo dediqué mi vida, precisamente, a contar historias.

     Debo decir que me siento extraño... no sé qué tiene este lugar de distinto, siento que estoy en el presente, en el pasado y en el futuro a la vez... el tiempo no pasara aquí, ¿cierto?... ¿es normal eso?... veo que eres de pocas palabras... quisiera irme, pero es que ni siquiera puedo verme. La muerte es muy diferente a todo lo que había imaginado... bueno... ya que estaremos así, pues haré lo que mejor sé hacer, contar historias... aunque, en esta ocasión creo que contaré la menos elaborada de todas... pero, quizás, la más importante para mí.

     Hace mucho tiempo... ya ni sé cuánto, siento que fue ayer, hoy y mañana... soñé que era un guerrero, caminaba solitario por un hermoso campo, extenso, soplaba una brisa de recuerdos ajenos y risas familiares, el cielo en arrebol anunciaba clemencia. Yo vestía poco más que un taparrabo, me gustaba esa desnudez, esa sensación de libertad incontenible. Mi cuerpo era musculoso, sentía el grandioso poder de mis brazos y mis piernas, comencé a correr por el campo al máximo de mi potencia, la libertad y la vida fueron mi combustible, iba cada vez más y más rápido, mis piernas era tan poderosas que sentía que podía derribar una montaña con ellas, y de pronto la montaña estaba ahí, delante de mí, como retándome a que lo hiciera.

     Me acerqué cauteloso, la montaña rezumaba vida, podía sentirlo. Me invadió un miedo repentino, pero la montaña en su sabiduría austral me hablaba, sin decir una sola palabra, mis piernas se tensaron, no estaban cansadas pese a la carrera y deseaban derribar la montaña, pero, ¿cómo hacerlo?, pensé por un momento... pegué un grito que amenazaba con abrir el cielo, entonces miré la cima, hubo un destello que no sabría decir qué fue... pero yo quería saberlo; comprendí que sí derribaría la montaña, sólo que no iba a ser de la manera humana...

     Me animé y comencé a subir la montaña, escalaba con mis manos y pies desnudos, podía agarrarme con fuerza a cualquier parte de la superficie, nada podía dañarme o lastimarme. Poco a poco se fue tornando escarpada, así comencé a enterrar pies y manos para no caer, nada me lastimaba... la cima la miraba más lejos que al principio, pero eso, en lugar de detenerme me motivó a continuar, pero subía un tramo y la cima se alejaba un tramo, subía diez tramos y la cima se alejaba diez tramos, la montaña no era más que una lección, ya estaba lejos, el campo donde había corrido se veía minúsculo, otras montañas más pequeñas adornaban el horizonte... no sabría decir cuánto subí, pero el cielo estaba más cercano a darme la bienvenida que el suelo.

     Pero la cima no dejaba de alejarse cada vez más y más... me detuve un instante a pensar, no estaba cansado físicamente, sólo hastiado, pero de mi mente no salía aquella cosa que brillaba en la cima. Comprendí que necesitaba esa cosa y no podía hacer otra cosa que existir para alcanzarla. Miré mis manos y mis pies enterrados y se me ocurrió algo... una fuerza bárbara y sobrenatural se apoderó de mí, entonces comencé a cavar hacia adentro de la montaña, rápidamente abrí un boquete donde pude pararme sin problema.

     De este modo comencé a abrir cada vez más las cavidad hacia el fondo, luego hacia los lados. La montaña era una roca, muy dura, pero mi cuerpo no podía sufrir daño de ningún tipo y mi poder era inagotable, así que decidí que yo mismo haría mi cima allí, de pronto ya no me importaba el objeto, sólo me importaba la cima, así rompí la roca a puñetazos y patadas... lo estaba haciendo y lo iba a hacer... iba a derribar la montaña a golpes y patadas, tiraba los escombros por el precipicio. Así rodeé toda la montaña, abriéndola, hasta que llegué de vuelta al punto de inicio, volví a recorrer la montaña abriéndola más hacia adentro, como cuando se corta un árbol con un hacha, en algún momento llegaría al centro.

     El arrebol nunca dejó de bañar los relieves con su resplandor perpetuo carente de sol. Llegué al centro, cuando di el golpe de gracia la parte superior comenzó a caer hacia un lado, directo al abismo... repentinamente una niebla entrometida cubrió todo, el cielo, la montaña y el suelo, no podía ver a tres pasos de mí, así no pude mirar la parte superior de la montaña al caer... esperé el estruendo apocalíptico, pero sólo recibí un silencio escandaloso... ¿cómo suena la cima de una montaña al caer?

     De pronto noté una luz irreverente viajar entre la niebla. Me fui acercando de a poco. La bruma se disipaba conforme me acercaba a la luz, poco a poco fui descubriendo su origen. Hasta que se mostró esplendorosa, una espada encantada, emanaba de ella un poder puro e inenarrable, expedía una purísima aura blanca, y una fuerza arcana que no sabría nombrar me hizo acercarme más.

     La espada estaba clavada en la enorme piedra que era la montaña. La estudié con profunda reverencia y una furia guerrera se apoderó de mí, la tomé por la empuñadura, como si me hubiera pertenecido toda la vida... muchos hombres la habían tratado de sacar, pero ninguno había podido, lo sabía, era mi Excálibur, pero más poderosa... iba a ser rey, pero no de grandes tierras sino de la vida... iba a ser un guerrero de la verdad, que no un paladín. La saqué de un solo impulso y apunté al cielo, este se nubló de inmediato rabioso ante el agravio, todo se oscureció en un instante, la espada brillaba cada vez con más esplendor, los truenos maldecían mi alma y un rayo cayó directo a la punta de la espada sellando mi condena.

     En un parpadeo estaba yo en el campo que había recorrido temprano y caía una lluvia que aplaudía desgracias y ahogaba lamentos, yo estaba cubierto de sangre y lodo, con mil cuerpos descuartizados a mi derecha y tres mil más a mi izquierda. Jadeaba agotado, aunque sentía el poder milenario en mis manos, la espada palpitó con furia, brillaba de un intenso escarlata. Miré en torno a mí, toda la muerte a mi alrededor. Estos hombres nunca quisieron matarme, ni me conocieron, mas yo los había matado... pero... ¿por qué?... no tenía por qué ser así... sentí cómo los espectros de aquellos hombres y de muchos otros, en tiempos pasados y tiempos futuros, acechaban mi alma, maldecida por la inmortalidad que me otorgaba aquella espada, pero ellos nada podrían hacerme, porque el poder que me confería era infinito.

     La espada palpitó nuevamente, como invitándome a irnos. Yo no quería aquello... así que renuncié a su poder, clavándola en el suelo. Di media vuelta y me fui, sintiendo mi cuerpo cansado, perder todo su poder, volverse anciano, pero el cielo exclamó tronando y un rayo me alcanzó rompiendo la condena...

     De pronto estaba, otra vez, en la cima con la espada en mis manos apuntando al cielo y, de algún modo, comprendí que hay cosas que, simplemente, deben dejarse quietas. Nunca volvería a apuntar una espada al cielo, nunca volvería a retar a los dioses. Dejé caer la espada. Ya no tenía poder. Tenía frío y no sabía cómo iba a bajar la montaña ahora... tal vez me quedaría allí y moriría... miré la espada... tal vez podía adelantar las cosas... vi hacia el horizonte, el cielo ahora era azul y el sol brilla, era un hermoso paisaje para acabar con todo, así que me giré para tomar la espada y hacerlo, pero esta ya no estaba allí. Decidí entonces volar, caminé hacia el borde de la montaña y por mucho que caminé no llegué a la cornisa, corrí y corrí, pero nunca encontré fin.


II

Desperté, quedé pensando por un rato en ese sueño, ¿qué podría significar todo eso? Tal vez algo relacionado con la constancia, o la pérdida de los principios... Luego pensé más bien en la lucha del bien contra el mal, pensé en las cosas que me parece que están mal en el mundo y que debería haber un héroe capaz de combatir estas, que no se deje corromper por el poder, un guerrero que pueda luchar contra sus propios temores, que sin importar cuánto miedo pueda tener ante lo desconocido, que sea capaz de enfrentar el mundo terrenal, incluso el no terrenal. Recordé algo que había leído alguna vez en un cuento de Poe: "En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aun el más relajado de los seres, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar."... sí, cosas con las que no se pueden jugar, pero no debe existir horror arcano que no pueda ser enfrentado... tal vez no por nosotros... tal vez por horrores arcanos mucho mayores. Me acosté de nuevo, intentando recuperar el sueño, explorar aquel mundo, recordé la espada y pensé que, al final, el poder no lo tiene la espada sino el brazo que la empuña.

     Me dormí... me vi de pie en el campo otra vez, sabía de alguna manera que era el mismo del sueño anterior, pero ahora todo era diferente. Se dibujó una noche reptil y feroz, mientras tentáculos de niebla capturaban el valle y en el cielo se erigía una Luna ingrata que anunciaba desgracias y calamidades. Yo ya no era un guerrero, no estaba casi desnudo. Vestía una túnica oscura y en mis manos tenía un libro terrible, su cubierta era de piel... humana... no me cabía la menor duda... y en su portada se dibujaba con los pliegues y las arrugas un rostro que ahogaba un grito de horrores arcanos. Lo abrí, noté que estaba escrito en un idioma y con caracteres totalmente desconocidos para mí, pero yo lo comprendía... este plasmaba rituales, cultos y liturgias para invocar seres innombrables, más antiguos que el mundo, que el mismísimo universo, que el tiempo... más antiguos que tú...

     Lo medité por un momento, ¿sería posible que en mis manos tuviera el Necronomicón verdadero? Este era un recurso muy bueno que había utilizado un gran amigo mío para desarrollar su mitología cósmica y supraterrenal, que más adelante nos servirían a mí y a otros compañeros para nutrir nuestros propios universos literarios. Tal vez Poe tenía razón y había cosas con las cuales no se debía jugar, pero yo no estaba jugando y quería respuestas, no me importaba el precio que tuviera que pagar para lograrlo... incluso si luego me tocaba tapar el sol con un dedo o vaciar el mar con mis manos.

     Miré en torno a mí, tal vez había llegado al tiempo del no tiempo y era momento de poner en práctica todo lo aprendido, pues en este sueño era yo mago de gran poder, sentía dentro de mí un profundo odio por la humanidad y sólo una devoción atroz por todos aquellos seres de poder infinito, tenía la necesidad de despertarlos y acabar con todo, dejar que la naturaleza siguiera su verdadero curso, porque el sueño de estos seres no era más que una pausa antinatural al verdadero ciclo de la existencia, si no los despertaba yo, los despertaría alguien más en otro momento... y nadie puede hacer algo para impedirlo, porque igualmente despertarán con o sin ritual.

     Pero algo dentro de mí parecía impedírmelo, tal vez el último resquicio de conciencia y pudor humano que me quedaba, y sentía cómo el resto de mi ser intentaba luchar contra esa pequeña resistencia. Aquella maldad terrible, que me invadía, tenía la necesidad de tomarme por completo y ese mínimo y estúpido resquicio porfiado de humanidad se resistía con garra.

     Decidí, entonces, que debía moverme de allí, pronuncié una horrible conjuración en un idioma arcaico, dibujé con mis dedos un círculo en el aire, que pronto se materializaría en un oscuro portal. Salté dentro de este y, en un instante, aparecí dentro de un fastuoso palacio que no existía y que siempre ha existido... el boceto esotérico de una época ulterior, su sello me resultaba familiar, era enigmático, extravagante y preciosista, pero si el tiempo es movimiento, aún no había ocurrido...

     Me oculté entre las sombras de una suntuosa cámara de meditación, divisé un trono y junto a este se erigía con magnificencia la estatua de bronce de una mujer increíblemente hermosa, podía sentirlo, era una mujer que había caído bajo el terrible encantamiento de un poderoso hechizo, sus ojos virginales miraban hacia el infinito y su alma rezumaba una tristeza muy profunda. Había sido convertida en estatua para conservar su belleza hasta el final de los tiempos. Vi cómo se abrió una puerta al otro extremo de la sala, entraron unos autómatas de hierro, hacían las veces de guardianes y asistentes del lugar, un hombre alto, investido de poder arcano entró, se acercó a la estatua y comenzó a hablarle... pero no era un hombre común, emanaba un poder atroz, imposible de soportar hasta para el mago humano más poderoso... era un dios. Sé que él sintió mi presencia, pero nos respetamos, comprendió que yo no tenía ningún propósito especial en sus dominios.

     El dios vio hacia las sombras y nuestras miradas se encontraron, salí de entre las tinieblas e hice una reverencia, no nos dirigimos ni una palabra, miró el libro en mis manos y sentí su respeto. Entonces comenzó a caminar y yo le seguí, los autómatas me ignoraron por completo. Cruzamos varias de las estancias de su palacio en silencio.

     Vi en las paredes de aquel palacio pinturas en bermellón y púrpura que contaban las aterradoras leyendas de su poder. Cruzábamos puertas de ébano que se abrían sin hacer ningún ruido. Hasta que entramos a una cámara que resultó ser un planetario, las paredes, el suelo y la bóveda eran todas de un cristal oscuro, millones de destellos se reflejaban, eran las estrellas y ese era el espacio infinito; varias esferas se suspendían en el aire, eran los planetas. Para ojos simples y profanos aquello podía ser una simple representación a escala, pero no, aquel era el universo verdadero y podía sentir cómo estábamos dentro de él.

     El dios se giró, mirándome con severidad, con un gesto me pidió el libro. Yo se lo entregué sin temor. Caminó hacia un podio de ébano y marfil que estaba a un extremo de la cámara, abrió el libro y lo colocó allí, finalmente volvió a mi lado, abrió y extendió sus manos dibujando un arco con estas mientras inspiraba. Una voz profunda, proveniente del universo mismo, conjuró en un lenguaje insondable que ni yo en mi vasto conocimiento pude comprender, sólo algunas palabras sueltas que se me antojaban a una manera más pura de nombrar a los seres inenarrables del Necronomicón.

     De pronto todos los planetas y estrellas del planetario se fueron alejando, haciéndose cada vez más pequeños, dibujando finalmente la galaxia en la que se encontraban, aparecieron millones de galaxias hasta formar un cúmulo mucho más grande... la vastedad del universo ante mí, un océano de lamentos y almas en crisis que nunca llegarían a comprender nada. Quedamos en silencio por un instante, los ojos del dios se pusieron de color negro, pude sentir los horrores correr por su ser, pero en él no existía, como en mí, el más mínimo resquicio de humanidad... pronunció una nueva palabra y exhaló, cruzando los brazos en su pecho, de pronto el inmenso cosmos que se desplegaba entre nosotros comenzó a acercarse al punto más alejado... alejado en espacio, en tiempo, en existencia, en comprensión.

     De pronto quedó flotando en el centro de la cámara una masa oscura... no comprendía qué era aquello, era la vida en todo su esplendor, pero sin existencia –y a la vez con ella–, me costaba entender qué era aquello pero allí debía dirigirme, el dios tomó el libro y me lo regresó, como diciéndome que para allá debía ir. Salió de la cámara, le seguí, salimos del palacio y a continuación visitamos el jardín que estaba cubierto de una cantidad increíble de plantas que jamás llegaría a conocer, de este modo nos adentramos en un laberinto natural, yo le seguía pisándole los talones, llegamos al borde de una masa donde caían, hacia el espacio, unas lianas como pitones y unas palmeras metálicas se desplegaban contra los horizontes de aquel increíble mundo. De este modo se desarrollaba un puente de plata que, luego comprendí, me transportaría a cualquier lugar del universo o a cualquier dimensión. El dios me invitó a seguirle, subimos el puente, luego de que calculase el lugar al que viajaríamos. Nuestros cuerpos se extendieron a lo largo de golfos infinitos, doblados en ángulos imposibles... y en un instante aterrizamos al final del puente, yo bajé, pero él permaneció allí, mirando con respeto y temor en torno... de pronto, simplemente, se fue.

     El lugar era más oscuro que nada que pudiera mencionarse, sentía cómo podía palpitar allí el inicio de la vida, tal vez el inicio del tiempo y del cosmos, pisaba, pero no había superficie, sólo estaba yo... no... yo no estaba solo... había algo más... pero no podía determinar qué sería... sentí cómo poco a poco se fue apagando dentro de mí la pequeña llama de conciencia humana que me quedaba, los horrores estaban ganando, pero era algo más. Allí no existía el tiempo... tal vez como aquí... no sabría decirlo... la diferencia es que aquí hay algo parecido a la tranquilidad, allí no... allí había algo que sólo puedo mencionar como caos, la vida en el universo no es ni será nunca producto del amor como muchos ilusos aseguran... no... es producto del caos que allí se estaba cultivando... y aún así esa palabra se queda corta ante lo que se podía percibir, era algo que iba más allá de todo entendimiento humano.

     Yo podía verme, podía ver mis manos, mi túnica... miré el libro, que ahora se había convertido en algo insignificante, estúpido, nada de lo que había allí significaba algo. Porque, de alguna manera, lo había comprendido –aunque realmente nada llegué a comprender–, creo estaba en el punto de partida de los primigenios, pero era imposible, porque ellos siempre habían estado allí y nunca dejarían de estarlo. Comenzó a entrar la oscuridad por las uñas, no sabía cómo controlar aquello, grité conjuros, grité invocaciones, pero fui ignorado porque, bien visto, ¿cómo podría algo tan estúpido y simple, como un hombre, tener verbo ante algo que va más allá de la vida, de la muerte, del todo y de la nada?

     Me fui convirtiendo en eso, en todo, en nada, en vida, en muerte, en dios, en gusano, la oscuridad invadió mi cerebro, mi existencia no era más que un grano de arena en un inconmensurable todo, así que mis recuerdos y mis conocimientos no eran más que un absurdo suspiro. Sentí mi piel caer, mis músculos desprenderse, quedé sólo en huesos, mi mente en oscuridad, mi conocimiento triturado, de pronto comprendí... allí estaban... allí se estaban moviendo... me ignoraban, porque en su magnificencia y en su vasto poder yo soy menos que un átomo... yo no los veía porque no hay, ni habrá nunca ser alguno, en ningún punto de la evolución de su especie con los ojos lo suficientemente desarrollados como para observarlos: nadie es digno... tendría que nacer el universo un millón de veces, desarrollarse un millón de veces y ser destruido un millón de veces más, para que un ser evolucione a ese punto, igualmente el alma, que es infinita, y aún así sería incapaz de soportar la presencia de estos seres.

     Finalmente desperté... no quise buscar el significado de este sueño por temor a lo que pudiera descubrir. Si hay temas vedados a los hombres es por algo. Tuve pesadillas los días siguientes a estos. No las recuerdo y prefiero que así sea... comencé a pensar que, en realidad, los sueños son una vida oculta del alma y que no podría escapar de ella, que tal vez la vida no es más que una cosa ilusoria. Pensé en el ateísmo, pensé en la gente que cree en el dios de Abraham con fervor... me reí de todos, no te voy a mentir, nunca llegué a concluir ni estar seguro de nada, y la vida no es bella, la vida es tramposa; pero mientras la vivamos valdrá la pena luchar por todo aquello en lo que creemos, ya si luego no le vemos sentido a nada, pues siempre nos termina quedando una opción...

     Debo decirlo y nunca me cansaré. He conocido muchos dioses. El que los niega es tan ciego como el que confía demasiado en ellos. No busco nada más allá de la muerte. Puede ser la oscuridad que aseguran los escépticos nemedios, o el reino de Crom de hielo y nubes, o las planicies nevadas y los salones abovedados del Valhalla de Nordheimer. Ni lo sé, ni me importa. Déjame vivir intensamente mientras viva; déjame conocer los ricos jugos de la carne roja, el picor del vino en mi paladar; el caliente abrazo de los brazos blancos; la loca exaltación de la batalla cuando las azules espadas arden y enrojecen, y estaré contento. Que profesores y sacerdotes y filósofos se ocupen de las cuestiones de la realidad y la ilusión. Esto sé: si la vida es ilusión, entonces yo no soy sino ilusión, y siéndolo, la ilusión es real para mí. Vivo, ardo de vida, amo, mato y estoy contento.


III


El tiempo es ingrato y la mente es sinuosa. No hay nada en lo que realmente se pueda confiar. No estoy seguro de si muchos de mis recuerdos son sueños que he tenido, historias que he escrito o leído, anécdotas que me han contando. Cuando se navega entre letras e historias, llega un momento en que no sabes qué viene de dónde, si lo que estás pensando es tuyo, es de tu colega o de algún desconocido; muchas ideas se mezclan y terminas pensando en un guerrero que investiga de sucesos paranormales peleando contra dioses innombrables en un ring de boxeo de alguna ciudad de mala muerte, mientras que los espíritus de sus antepasados le gritan desde las gradas... celtas, nórdicos, americanos, de otro planeta. Nada importa.

     Pero la realidad, aunque sea ilusión, siempre está allí para hacerte poner los pies sobre la tierra. Recuerdas y comprendes que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina, que en cualquier momento puede ocurrir lo que inevitablemente ocurrirá algún día, pero que tú todavía no estás preparado para que ocurra. Mi madre estaba enferma de tuberculosis y nada que mejoraba. Todos saben lo devoto que he sido a mi santa madre, sé que para ojos del psicoanálisis todo esto está muy mal visto, pero no me importa, no le veo lo extraño a amar tanto a la mujer que te ha dado la vida...

      Nunca fui muy aventajado en los estudios, ni llegué a tener grandes habilidades de nada, sólo me gustaba leer e inventar historias, así que, como pude, y contra todo pronóstico, me dediqué a escribir. Escribí lo que quise. Mis mundos son miserables. Mis mundos están corrompidos. Todos los lugares de mis historias esconden oscuros y sórdidos secretos. En esos lugares habitan personas malas, envidiosas, malintencionadas, desdeñosas, etcétera. Todos quieren el beneficio propio, nunca el beneficio común y si pueden asesinar a quien les brinda una mano amiga, con tal de no saldar una deuda de honor, pues lo harán... pero mis mundos son así, porque siempre tiene que haber alguien que dé las lecciones correctas a costa de lo que sea.

      Mis personajes son héroes sangrientos, de muy mal carácter, directos y poco amigables, pero nadie puede decir que son malas personas, todos tienen un código de honor bien definido, el mismo código con el trato yo de vivir mi vida, ellos con mucho más éxito que yo, por supuesto, pero ahí está. Mis personajes no temen a la muerte, están siempre dispuestos a enfrentarla, porque no hay muerte más honorable que la que se da de pie, defendiendo todo aquello en lo que creemos. Así es.

      Pero la realidad nos pone los pies en la tierra. Lo cierto es que temo muchísimo a la muerte, le temo porque soy un hombre de carne y hueso, y esto es algo que todos tenemos en común. Mi amada madre agoniza cada día más y yo no sé qué hacer; rezo por que algún día pueda levantarse sana, para abrazarla y salir con ella a ver el mundo, al menos la parte hermosa de este... pero esta falsa esperanza a la que estoy aferrado no ha hecho más que quitarme la tranquilidad. Mi mamá no se va a mejorar, lo presiento.

      Estamos endeudados, antes me iba muy bien con los cuentos, pero la Gran Depresión nos tiene ahogados a todos, yo escribo, y escribo, cuentos cada día, la revista los recibe y los publica, pero no han podido pagarme, me deben más de setecientos dólares... cuánto no podría resolver con eso. Y podría escribir cada vez más y más, pero lamentablemente, me parece, este mundo no quiere más historias de héroes... sólo quiere al héroe, pero sabe que no podrá venir.

      Debo ser responsable, porque en estos tiempos cualquier cosa puede pasar, hay que tomar precauciones, porque la muerte está a la vuelta de la esquina. Por esa razón fui a comprar tres espacios en el cementerio, uno para mi mamá, uno para mi papá y uno para mí, muchos ven esto muy mal, pero para mí tiene sentido. Nada es más triste y doloroso que tener que hacer este tipo de gestiones justo cuando un ser querido se nos adelantó, debes hacer un acopio de valor que podrías fácilmente ahorrarte si tomas las previsiones, después de todo nadie está eximido de la mortalidad.

     Últimamente me he sentido inseguro, siento que me persiguen, hay sombras y miradas que me acechan, mi arte es bien conocido y mi éxito es relativo, muy probablemente habrá quien crea que el dinero me llueve. No es así, pero ¿cómo podría convencer al prójimo de esto? Temo por mi vida, no quisiera morir de manos de cualquier mequetrefe que se quiera poner necio conmigo, ya sabré encajar algunos golpes, pero no sé cómo me pueda sonreír la suerte, pues no hay puños que valgan ante un hombre dispuesto a halar el gatillo. Así que tomé dos precauciones; la primera, por si debo enfrentarme a alguien, le quité prestada una Colt .380, automática, a un amigo, después de todo me dicen “Bob dos pistolas” —aunque nunca he tenido una—; la segunda de las precauciones, por si fracasaba en algún enfrentamiento, nada lamentaría más, luego de mi muerte, que hayan textos míos sin publicar, así que envié todos los que tenía listos a la revista, con instrucciones específicas sobre qué hacer con ellos en caso de que muriera... otra cosa que todo el mundo teme, dejar tus asuntos arreglados, porque piensan que no es más que llamar a la muerte. Pero la muerte siempre llega, aunque no la llames.

     Mamá cayó en coma, no sabemos si llegará a despertar algún día. Podría ser dentro de un instante, podría no ser nunca. Pensé en que, a veces, no nos acercarnos lo suficiente a una persona que amamos para expresar lo que sentimos. Yo siempre lo hice con mi mamá, pero pocas veces lo había hecho con mi papá, así que me armé de valor, saqué alegría de donde no la había, porque alguno tiene que ser fuerte, ¿no?, me acerqué a él en la noche y le dije “Espabílate... estás a la altura, lo superarás...”... Sí, lo sé, me quedé corto, pero a veces la omisión de quien habla mucho puede decir más que las propias palabras, él lo comprendió y nos fundimos en un abrazo.

      Visité a mi mamá una mañana de esas, pregunté a una de las enfermeras por su estado, si estaba bien, si se podía recuperar tal vez... pero me dijo que no. Fui a mi vieja habitación de la infancia, medité sobre la muerte, sobre la vida, sobre muchas cosas, cuántos héroes salvaron vidas y cuántas tierras devastadas fueron luego liberadas, cuántas almas redimidas por aquellos personajes que estaban dispuestos a dar hasta su último aliento con tal de hacer del mundo un lugar mejor; pero la realidad me hacía poner los pies sobre la tierra, el mundo nunca podría ser un lugar mejor, porque mi mamá es la mejor persona del mundo y allí se estaba muriendo. Lloré pensando en ella, escribí unos pequeños versos que había escrito en mi infancia, aún los recordaba:

Todo voló, todo acabó

por tanto levantadme sobre la pira,

el festín ha terminado

y la lámpara ha expirado...

      Bajé a tomar un poco de aire, miré la casa con nostalgia, reviviendo los tiernos recuerdos que me evocaban. Miré el reloj, ya era momento de irme, así que me monté en el carro, pensando en todo, respiré profundo.

      De pronto sentí una sombra acechándome, me observaba profundamente, su mirada taladraba mi alma, sentí un miedo inhumano, así que saqué la pistola, revisé que estuviera cargada, miré en torno, noté la sombra a lo lejos, comenzaba a acercarse y le apunté, me miraba cada vez con mayor intensidad, mi miedo se tornó cada vez mayor:

La sombra no era humana... era hórrida... eones de existencia le precedían... le disparé y cayó... aunque luego aguantó ocho horas más... mi madre murió algunas horas después...

La sombra no era humana... era hórrida... auguraba eones de locura... le disparé y cayó... ocho horas de lastimosa agonía... la sombra nunca estuvo fuera de mí...



1 comentario:

  1. Magistral como siempre, ojalá en algún momento alguien tenga la dicha de publicar un libro escrito por ti. Un abrazo.

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