1 – Aquí estoy, aquí siempre he estado
No fueron pocas las razones de Mérida para irse de aquella casa, cada día sentía más y más que Armando la atacaba, se sentía constantemente amenazada, ella veía sus gestos de desagrado cada dos por tres y no sólo de él, también de la gente que vivía en torno a ellos, su suegra, su cuñada, así que no dudó nunca de que hablaban mal de ella a sus espaldas y esto, más que molestarla la hacía sentirse horrible, sucia. Y por supuesto, esta sensación trajo, entre otras consecuencias, la constante impresión de estar siendo juzgada por todas las personas, ¿hasta dónde podía llegar la satánica red del chisme? Iba por la calle y notaba cómo algunas personas la miraban con cierto desdén, algunos comentarios incluso llegaban a sus oídos.
Mérida pasaba horas y horas llorando, lamentándose y reprochándose constantemente no por haberle hecho caso a esa vocecita en su cabeza que le decía con insistencia que no lo hiciera, que no se fuera con ese hombre, que todo iba a salir mal, que estaba cometiendo un error; ahora la voz le gritaba que era una estúpida, que lo sabía desde el principio, que ahora asumiera sus consecuencias. Qué horrible sensación, esa de estar perdidamente enamorada de un miserable, porque sí, lo amaba a pesar de todo lo que ella sentía que le había hecho, pero tenía que darse su lugar por una vez en su vida y en contra del corazón, pero muy de acuerdo con su mente, por primera vez en su vida, tomó sus propias riendas, como nunca lo había hecho y se fue.
Consiguió una casa en alquiler a muy bien precio, completamente amueblada. El fin de semana en que se mudó fue acompañada por su amiga Amanda en todo momento, como había hecho toda la vida. Conocía toda la tragedia de su amiga, de principio a fin, a ella no le parecía que Armando fuera el monstruo que Mérida dibujaba, pero tampoco se quiso a aventurar a conocerlo mejor, ya que sabía que eso podía traerle algunos problemas, especialmente con Mérida que, por otro lado, a veces llegaba a exagerar las cosas, pero como era su amiga, al fin y al cabo, ella la apoyaría hasta el final en todo.
—Bueno, Mérida —dijo Amanda colocando una caja en la sala—, esto será un nuevo comienzo —se paró junto a su amiga, que estaba al inicio de un largo pasillo que iba de la sala a la cocina, y la estrechó—, sé que vas a estar bien, esta noche me quedaré contigo y...
—No, Mandy, gracias —dijo Mérida cortando a Amanda—, quiero estar sola, disculpa...
—Entiendo... ¿estás segura, Mérida? Yo podría quedarme en otro cuarto, si quieres, así no te molesto, no me parece buena idea que te quedes sola.
—No, Mandy, estoy segura, por favor, hoy quiero de verdad quedarme sola.
—Bueno... está bien... —Amanda miró en torno— ¿Me voy más tarde o prefieres que me vaya ahora?
Mérida miraba con inquietud hacia el fondo del pasillo, en total silencio y con los ojos cristalizados de tanto llorar. Amanda no quiso insistir y sólo se despidió dándole un pequeño beso en la mejilla a su amiga, no dejando de recordarle que si necesitaba algo que la llamara, sin importar la hora, ella acudiría lo antes posible y con su partida cayó la noche en la casa.
Una incipiente oscuridad reptaba por cada rincón, mientras que el pasillo, ante el espectro de la oscuridad, se mostraba cada vez más profundo. Mérida, envuelta en penumbras, sintió algo de temor y comenzó a respirar intensamente, mientras buscaba a tientas para prender las luces, palpaba las paredes pero no encontraba el switch, buscaba y buscaba y nada, de pronto la dureza de las paredes comenzó a ceder, sintiéndose bastante suaves y también mojadas, daba la sensación de estar tocando carne, no podía ver nada, se sintió desesperada, ahogada, el corazón le latía fuertemente, intento gritar, pero de su garganta no salió sonido alguno y de pronto sintió cómo un par de manos la agarraban por el cuello, asfixiándola, trató de zafarse, pero donde debían estar las manos no había nada.
De pronto Mérida se despertó agitada, respirando con desespero, estaba tirada en el piso. No supo cuánto tiempo estuvo allí inconsciente, la oscuridad no era total, la luz de la luna que entraba por la ventana se encargó de dibujar de azul los contornos de los muebles, las puertas, las ventanas, las paredes. Pensó por un momento en llamar a Amanda, pero se levantó y encontró rápidamente el switch en la pared. La luz inundó la sala y medio pasillo con generosidad, la otra mitad del pasillo y la cocina, en el fondo, sumidas en la oscuridad lucían ahora menos amigables, Mérida decidió que esa noche no iría a explorar para allá, había tenido suficiente con aquel episodio y no quería sufrir de algún ataque de pánico o ansiedad. Abrió la puerta de su habitación, prendiendo la luz inmediatamente. Comenzó a meter algunas cosas: la cartera, la maleta, un par de cajas. Fue a pasar llave a la puerta principal para encerrarse en el cuarto, y de regreso a la habitación, frente a su puerta, miró hacia el fondo del pasillo... se sentía observada, como si algo estuviera allí al final, acechándola... sintió temor otra vez, la oscuridad parecía querer venir de nuevo, pero no se dejó y entró rápidamente a la habitación.
Una vez adentro comenzó a acomodar sus cosas, poco a poco. Recordando, como no quería, el momento en que se fue de casa de Armando, pensó en la relación, cómo se fue deteriorando con el tiempo, se lamentó de que todo aquello ocurriera, especialmente porque amaba desenfrenadamente a ese hombre, trató de pensar en los momentos que ella consideró hermosos y tiernos... y lloró... lloró desconsolada, porque no tardó en darse cuenta de cuán lejos habían quedado aquellos momentos y cómo los últimos dos años de relación no había sido más que un rosario de lamentos, llantos y angustias.
Se sentó a la peinadora que había frente a la cama. Se miró fijamente. Estudiando ese lamentable retrato que dibujaba su reflejo, donde alguna vez cayó una graciosa y brillante cabellera castaña, larga y lisa, ahora estaba un cabello recortado a la altura del cuello, enredado y reseco; donde alguna vez se dibujaron unas hermosas cejas de pinceles naturales, ahora se marcaban unas fuertes líneas de tensión, rabia y tristeza; sus labios que alguna vez fueron divinas fresas delineadas por los mismos dioses, que dejaba un rastro de corazones derretidos a su paso cuando sonreía, ahora eran unas lamentables ruinas marchitas casi sin memoria de las glorias del pasado, que ahora no deja ningún rastro más que el de la amargura que ahora le lastimaba; donde alguna vez estuvo una bellísima piel tersa, clara y sonrosada de amor y sueños, ahora estaba una dolorosa y triste palidez, reseca y áspera; y ahora esos profundos ojos cafés, que alguna vez rezumaron esperanzas y deseos, que abrigaron anhelos de una vida llena de alegría, pasión y amor sin par, esos que alguna vez paralizaron a los más osados pretendientes y embelesaron a los más indiferentes... ahora se ahogaban en unas ojeras profundas y oscuras, y rezumaban desesperanza y desgana, abrigando una resignación llena de tristeza, frialdad y tal vez algo de odio, un profundo temor para las fieras más osadas y un embeleso para nadie, «¿Dónde estoy?, ¿para dónde me fui?», se preguntó a sí misma.
Mérida se miraba, se tocaba el rostro, intentó sonreír a ver si de pronto el gesto mejoraba un poco el cuadro... sí lo mejoraba, aunque mucho menos que un poco. «Estoy horrible», pensó «De verdad, ni yo soporto verme... yo fui hermosa... yo fui muy hermosa... era la más hermosa de todas, yo lo sé... cómo pudo pasarme esto... ¿Por qué me dejé decaer así? ¿Por qué? Dejé de arreglarme tanto, porque a Armando no le gustaba, decía que yo al natural ya era hermosa y que no debía estarme arreglando porque si ya yo le parecía hermosa, entonces para qué iba a arreglarme, que si lo hacía era para sacarle cuadro a otro hombre... qué tonta he sido todo este tiempo... ese tipo no me merece», así que decidida sacó su bolsa de maquillaje, tenía años sin utilizarla, así que muchas cosas debían estar completas todavía.
Recogió rápidamente su cabello y comenzó: Primero se puso la base con presteza en toda la cara, el cuello, sus clavículas y el inicio de su pecho, que era del color natural de su piel, ya allí comenzaba a notar el cambio porque borró toda esa palidez extrema que tenía. Luego aplicó el corrector de ojeras y así sus ojos salieron de aquella triste fosa. Dibujó sus cejas suavemente, y luego las peinó amorosamente, quedando como unas perfectas pinceladas. Delineó la parte superior de los ojos con delicadeza, sin exagerar la marca y con muchísimo más cuidado la parte inferior, a veces menos es más y en esta ocasión haría que sus ojos fueran más. Aplicó un rubor muy suave en sus mejillas y finalmente un labial rosado recorrió por completo su boca, junto los labios para emparejar y terminó lanzándose un beso como en los viejos tiempos. Se soltó el cabello y comenzó a peinarlo, lo mojó un poco y aplicó una crema de peinar, hasta que cayó dibujando unas hondas tiernas. Se miró, se sintió, se convenció «Aquí estoy, aquí siempre he estado...» se dijo con un nuevo aire de esperanza.
2 – No me quiero quedar sola
Al día siguiente, con ánimo renovado, Mérida se dedicó a acomodar sus pertenencias y a conocer lo que ahora iba a ser su nuevo hogar, por supuesto que el lugar no dejó de antojársele ajeno, extraño quizás. Claro, que eso no era algo de extrañarse, así son todas las mudanzas, especialmente cuando son a un lugar totalmente nuevo, sólo sería cuestión de aclimatarse y acostumbrarse al lugar, tarde o temprano tenía que ocurrir. Comenzó por su habitación, sacando sus cosas y disponiendo el mejor lugar donde acomodarlas. Agradeció para sus adentros tener baño dentro del cuarto, recordó la noche anterior, habría odiado por completo tener que salir en la noche para hacer sus necesidades, especialmente si tenía que recorrer el pasillo para llegar al baño que estaba al otro extremo de este.
Salió del cuarto, iba a buscar una escoba para dar una barrida general, la casa tenía un aspecto mucho más amigable con la luz del día, aunque el pasillo no dejaba de tener un aspecto algo lúgubre. No consiguió la escoba en la sala, así que, haciendo acopio de valor, se dirigió a la cocina a paso rápido, pero eso no le impidió sentirse extraña, el pasillo era caluroso, asfixiante -apuró el paso-, finalmente llegó a la cocina, esta se ampliaba a partir de la puerta, las cortinas recogidas, las paredes blancas y la luz que entraba brindaban una sensación de liviandad. Mérida recorrió el lugar con la mirada buscando la escoba, y mientras lo hacía notó una silueta pasar rápidamente por una de las ventanas, le extrañó, así que se acercó con cautela para asomarse a ver quién estaba allí afuera, pero no vio a nadie, intentó no darle importancia al asunto, así que continuó buscando la escoba, la encontró a un lado de la nevera y se dispuso a barrer allí mismo, aprovechando que ya estaba allí.
Mientras barría planificaba parte de su día, dónde y cómo iba a acomodar sus pertenencias. Necesitaría hacer pronto unas compras, así que hizo su lista mental. Al terminar de barrer se dirigió al cuarto a buscar sus cosas y salió a hacer algunas compras. Regresó poco tiempo después y se dispuso a acomodar sus pertenencias, mientras lo hacía pensaba en qué cosas dedicarse a hacer ahora en su nueva vida, antes se dedicaba a atender a Armando, pero ahora tendría mucho tiempo libre y una casa para ella sola, así que algo había que hacer... de pronto tuvo la extraña sensación de que había alguien parado en el marco de la entrada de la cocina, observándola, casi podía sentir que había una silueta oscura parada allí, se giró rápidamente para observar, pero no había nadie, estaba completamente sola, pero de inmediato sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, se estremeció y luego continuó con sus cosas, pero ahora se sentía incómoda. El silencio se le antojaba atormentador.
Cuando terminó, tomó la escoba como quien toma un arma y se dirigió apretando el paso hacia el cuarto, allí, de algún modo, se sentía más segura y rápidamente pudo olvidarse de sus inquietudes. Comenzó a acomodar la habitación. Entre algunas de sus cosas sacó una caja de zapatos y la colocó sobre la peinadora, la revisó, era un suerte de kit de primeros auxilios, se aseguró de que hubiera alcohol, gaza, pastillas para diversos malestares, todo estaba en orden. Barrió el cuarto, sacó la tierra del cuarto y se dispuso a barrer la sala, se sentía tranquila, pero cuando iba por la parte donde iniciaba el pasillo, ocurrió nuevamente, se sintió observada desde el marco de la cocina y por el rabillo del ojo podía notar cómo una silueta estaba parada allí, giró lentamente para ver, apretando la escoba hasta casi doler. Nada. Apresuró el paso en la labor y sacó toda la tierra por la entrada principal, entró a la casa y se metió rápidamente en el cuarto.
Le comenzó a dar hambre, pero no dejaba de pensar en la odiosa sensación que sentía cada vez que estaba en el pasillo o en la cocina. Por mucho que quisiera pensar en algo más, no podía evitar que el escalofrío le recorriera el cuerpo, así que agarró su teléfono y llamó a Amanda, le pidió que fuera a visitarla para preparar algo y comer juntas, Amanda, por supuesto, no le negó el favor a su amiga.
Media hora después Amanda llamaba a la puerta, Mérida la recibió, sintiendo cómo la atmósfera del lugar se despejaba. Fueron a la cocina para comenzar a cocinar y Mérida comenzó a contarle a Amanda sobre lo que había hecho en la noche anterior, de maquillarse y todo eso. Se sentaron a la mesa a comer y le comenzó a decir a su amiga sus nuevos anhelos, que esta vez daría inicio a una nueva Mérida, que volvería a estar segura de sí misma, que ya no iba a depender del amor de ningún hombre, que ahora sí estaba decidida a tomar las riendas de su vida, etcétera. Amanda, como no podía esperarse menos, celebró la nueva determinación de Mérida, instándola a seguir adelante con esa energía, y sin dejar de recordarle que estaría allí siempre que la necesitara.
Cuando hubieron terminado se formó un silencio extraño entre las amigas. Mérida miraba con preocupación a Amanda y esta tenía su mirada clavada en el plato vacío, aguantando las ganas de llorar.
—Amiga —dijo Amanda—, sé que no es fácil... pero ya iniciaste tu proceso, eso es lo más importante, luego de tocar fondo sólo toca sub...
—Estoy asustada...
—Claro, es natural que lo estés, sólo debes...
—No es por eso, Mandy.
—Entonces ¿qué es?
—No me quiero quedar sola, amiga.
—No estás, sola, yo estoy contigo.
—No me quiero quedar sola aquí en esta casa —dijo Mérida levantando el rostro y viendo directamente a los ojos a Amanda—, esta casa me da miedo.
—Bueno... amiga —dijo Amanda con pesar—, pero ya pagaste todo, si te vas no te van a devolver la plata.
—Mandy —dijo Mérida acercándose poco a poco a Amanda, y esta haciendo lo mismo, Mérida bajó la voz hasta hacerla un susurro—, no me quiero quedar sola... siento que aquí hay algo...
—¿Algo como qué? —preguntó Amanda también en voz baja.
—No sé qué, pero no es bueno, estoy segura —dijo Mérida, tirando de tanto en tanto la vista hacia la entrada de la cocina.
—¿Te refieres a espírit...
—Shhhh —Mérida le colocó los dedos sobre la boca a Amanda para que no pudiera terminar la palabra—, la gente dice que si hablas de eso lo llamas.
—Okey, amiga, pero necesito que te tranq...
—¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH! —gritó Mérida repentinamente señalando a la entrada de la cocina, una enorme sombra estaba parada allí, con dos puntos blancos que la miraban directamente. Amanda se volteó para mirar, pero no había nada y cuando se volvió hacia su amiga, esta yacía desmayada sobre la mesa.
3 – Un templo de ágapes australes en el tiempo
Mérida yacía sobre su cama, sumida en un profundo sueño. Amanda la había llevado casi a rastras desde la cocina hasta el cuarto, su mente estaba hecha un remolino intentando comprender lo que había ocurrido. ¿La casa estaba habitada acaso por energías desconocidas? Ella no era, precisamente, una persona inclinada a creer en asuntos paranormales, para ella todo debía tener una explicación lógica, y como lógicas debían ser las cosas también era valiente. Mérida, al parecer, había visto algo y ella estaba decidida a averiguar qué había ocurrido.
Revisó a Mérida, estaba profundamente dormida, así que teniendo cuidado de no hacer mucho ruido salió de la habitación. No se había dado cuenta de la hora, era ese momento del día en que aún hay claridad pero el sol ya no está presente en el horizonte; una fuerte brisa sopló haciendo silbar los árboles, mientras la casa de a poco se sumía en una oscura manta de soledad. Pero Amanda, simplemente, prendió las luces, que alumbraron la sala y la mitad del pasillo, y con el mismo impulso recorrió el pasillo con paso firme y displicente, puerta a la izquierda, puerta a la derecha, otra más, y llegó la entrada de la cocina y encendió las luces, el resto del pasillo se iluminó y la cocina también.
Recorrió con la mirada el lugar, luego fue y se sentó a la mesa en el lugar donde Mérida comió. Se quedó observando el portal de la cocina, hacia donde había señalado su amiga. No había nada, ni en ese momento ni cuando volteó más temprano; cerró sus ojos, intentó concentrarse un poco a ver si podía, tal vez, tener alguna sensación especial, la gente siempre habla de tener escalofríos cuando sienten la presencia de algo, pero no sintió nada; aguzó el oído a ver si llegaba a escuchar algo fuera de lo común, sólo oyó los lamentos de los árboles afuera y el profundo silencio que inundaba la casa; respiró profundo, concentrándose más, buscando meditar, pues si allí había alguna fuerza extraña, definitivamente no podría sentirse tranquila tratando de meditar, en cambio sintió una levedad muy tersa... nada.
Abrió los ojos, y se quedó allí un rato, pensando. Miró hacia afuera por la ventana, oscuridad. Decidió jugar un poco con su propia sugestión, así que fue y apagó la luz de la cocina, y no tardó en hacer su entrada coqueta la luz de la luna sobre los contornos de la cocina y muy tenuemente la luz que, desde el otro extremo de la casa, iluminaba la sala y la mitad del pasillo. Era un cuadro triste, una melancólica soledad en el vacío donde se conjuraban recuerdos que le eran totalmente ajenos. Sintió que, de alguna manera, estaba profanando un templo de ágapes australes en el tiempo. Y, haciendo una leve reverencia al aire, se retiró respetuosamente.
Recorrió lentamente el pasillo, mientras pensaba taciturna, analizando muchas cosas. Aquella casa era grande y vieja, en las paredes del pasillo se dibujaban perfectamente la sombra de marcos que alguna vez las adornaron; debió ser una familia grande, esa que hizo vida en los rincones de aquel lugar, nada podía saber ella del paradero de todas aquellas personas que allí llegaron a establecerse, pero el tiempo, siempre inclemente se encargó de retirarlos a todos y cada uno, pero guardando en su atmósfera las escenas que atestiguó, y también guardaría aquel lacónico momento que ella estaba viviendo.
Finalmente llegó a la habitación, al entrar notó que Mérida se estaba despertando, se acercó lentamente y se recostó junto a ella en la cama, sin decirle nada, dejándola que se recuperara a su propio aire. Mérida tenía la mirada un poco perdida, miraba a Amanda, respiraba profundo, hasta que se refregó los ojos con los dedos. Ya de vuelta en sí misma habló:
—Mandy... —habló en voz baja— ¿lo viste?, por favor, dime que lo viste...
—No vi nada, Mérida.
—¿Cómo puede ser que no hayas visto nada si allí estaba?
—No sé de qué me hablas, de verdad.
—En la entrada de la cocina hay algo —dijo con temor—, me mira, me acosa, cuando volteo no está, pero esta tarde sí lo vi claramente. En esta casa ocurren cosas, te lo juro.
—Bueno, Mérida, tal vez es sólo la tristeza, que te puede tener un poco sugestio...
—¡Yo no estoy sugestionada! —Mérida interrumpió a Amanda con un grito.
—Está bien, amiga, no estás sugestionada. Pero yo no vi nada, ni cuando te desmayaste ni hace momento en que recorrí la casa sola.
—¿Y no sentiste nada? —preguntó como con lamento, casi esperando una respuesta positiva.
—Nada.
Mérida comenzó a llorar, muy afligida. Amanda la consolaba, prometiéndole que todo iba a estar bien, que no la iba a dejar sola aquella noche, que juntas iban a resolver lo que sea que sucediera. Mérida se sintió más tranquila al ver la seguridad con la que le hablaba su amiga. Pronto tuvieron hambre, ya era hora de cenar, pero Mérida, a pesar de todo, no quería salir del cuarto y tener que estar cerca de la entrada de la cocina, el pasillo le daba miedo, así que Amanda resolvió preparar la comida en soledad, para luego llevarla al cuarto. Conversaron largo y tendido sobre varias cosas, procurando no tener que pensar en nada que pudiera perturbar a Mérida. El sueño las venció y se acostaron a dormir.
4 - Y sí, también acetaminofén
Mérida recorría el pasillo en dirección a la cocina con total tranquilidad. La luz del día, que inundaba la casa, traía consigo una tranquilidad entrañable, así que se sintió confiada. Atravesó la entrada de la cocina, sin que nada le resultara extraño. No podía más que sentirse feliz de que las cosas estuvieran en calma y que pudiera respirar profundamente, en total paz. Se dispuso, entonces a preparar la comida. Se dijo a sí misma que, definitivamente, la mejor receta para la tranquilidad era una mente ocupada y, sobre todo, fortaleza; así que se concentró en su tarea. Cortaba los aliños rápidamente, mientras canturreaba, los echó en la olla con aceite para sofreírlos, luego sacó la carne para cortarla en cuadros.
Movía sus manos con destreza, no recordaba la última vez que había cocinado con tanta emoción, tan solo el aroma de los aliños cocinándose ya era divino y eso la emocionaba. Cortaba la carne, pero le extrañó que estuviera tan sangrienta, cortaba y cortaba y la carne sangraba, cada vez más, sí se notaba que estaba algo fresca, pero ¿cómo podía ser posible aquello?, decidió entonces lavar un poco la carne, pudo dejarla mucho menos sanguinolenta, pero cuando fue ha hacer el siguiente corte el cuchillo resbaló haciéndole una cortada muy profunda en su dedo índice, que ardió inmediatamente y la sangre salía escandalosa, se apretó la herida ahogando un pequeño grito; buscó manera de limpiar la herida, cuando en el momento que abrió el grifo estalló fuertemente un trueno fuera de la casa, de la llave salió sangre en lugar de agua, sin reparo alguno.
Mérida se asustó y trató de cerrar la llave, sin embargo la sangre no dejó nunca de salir, el fregadero se comenzó a inundar sin tregua. De pronto unas huellas de sangre comenzaron a trazar un recorrido desde la pared que tenía en frente hacia el techo, ella lo miraba angustiada, las huellas recorrieron el techo hasta llegar a la entrada de la cocina, donde se erigía sin clemencia la terrible sombra, todo a su alrededor se tornó oscuro, quería huir pero no sabía por dónde.
Sintió cómo una gota se le escurrió por el dedo y cayó al suelo, la sombra inmediatamente se alebrestó, mirándola acuciante con sus dos puntos blancos, siniestros; ella corrió al extremo más alejado de la cocina, y la sombra la seguía con cierta parsimonia; divisó la entrada de la cocina, totalmente despejada, esperó un momento a que la sombra se acercara más allá y reuniendo valor se lanzó a la carrera, cruzó la entrada y comenzó a correr el pasillo, la oscuridad la perseguía y el pasillo se alargaba a su carrera, sin poder llegar nunca al final.
Mérida corría a todo lo que sus fuerzas le permitían, pero el pasillo nunca se terminaba y la oscuridad se acercaba a ella cada vez más y más, del fondo de la sala emergieron dos figuras, un hombre y una mujer, ambos con cuencas vacías, parecían no fijarse en ella sino en la oscuridad, y comenzaron a discutir a toda voz, en un idioma que ella desconocía, sus gritos era cada vez más fuertes y las voces se escuchaban distorsionadas. Mérida detuvo su carrera sin saber qué hacer, la pareja lucía amenazante pero la oscuridad que la acechaba no auguraba nada bueno. De pronto, tras el hombre y la mujer apareció la sombra, que se acercó parsimoniosa a la puerta de la habitación, de su oscura silueta salió dibujándose en el aire la forma de un brazo y dio un golpe a la puerta, con gran estruendo, la pareja seguía discutiendo acaloradamente; segundo golpe y aún más fuerte, la pareja discutía aún con más fuerza; la sombra tomando impulso dio el tercer golpe...
Un gran estruendo despertó a Mérida y a Amanda repentinamente. Mérida sudaba, su corazón palpitaba con desenfreno, el cuarto estaba completamente oscuro. Afuera llovía y tronaba, aún se podía escuchar los ecos, mientras los truenos daban un concierto. Amanda sin pensarlo tomó la mano de Mérida, que temblaba. Todo había sido un sueño, pero ella lo había sentido demasiado real, la sangre, la sombra, la extraña pareja de cuencas vacías discutiendo; pero cuando los ecos de los truenos se acallaron, Mérida pudo escuchar que algo estaba ocurriendo en el pasillo... eran las voces... se escuchaba claramente, estaban discutiendo, el hombre gritaba y decía cosas, la mujer respondía quejumbrosa, sollozando.
—¡Amanda, estás escuchando eso? —le dijo a la amiga susurrando.
—¿Qué cosa, Mérida? —preguntó Amanda todavía adormecida.
—¡Escucha, maldita sea!, ¡son unas voces afuera!, ¡están discutiendo! —exclamaba indignada con susurros.
—No escucho nada, amiga, cálmate, sólo imaginas cosas.
—¡No estoy imaginando nada! ¡Amanda, vámonos de aquí!
—¡Qué? —dijo ahora Amanda indignada, pero en voz baja también—, ¡cómo crees que nos vamos a ir de aquí? ¡No estás escuchando el diluvio que hay allá afuera?
—No me importa la lluvia —comenzó a decir Mérida al borde del llanto—, tengo miedo, tengo miedo... no sé cómo puedes no escuchar las voces.
—¡Que no hay ningunas voces, Mérida! ¡No hay nada afuera! Te lo demostraré... —Amanda se levantó inmediatamente.
—¡No, Amanda!, ¡qué haces? —decía Mérida aterrada, mientras Amanda se dirigía a la puerta.
—Voy a poner todo en orden, Mérida —dijo Amanda agarrando la manilla de la puerta, mientras la giraba lentamente.
—¡Noooooooo! —gritó ya Mérida aterrada, mientras se abalanzaba sobre Amanda.
Amanda abrió la puerta de par en par antes de que Mérida llegara, y entró un torrente de luz al cuarto.
—Y... —dijo Amanda, asomándose por la puerta, mirando de un lado a otro, mientras Mérida se ocultaba tras ella— nada por aquí... nada por acá... ¿Ves, cariño? ¡Todo está bien! ¿Aún escuchas las voces?
—N-n-no... —respondió Mérida perpleja.
—Bien... vamos a acostarnos, entonces... ¿sí?
Mérida asintió, nuevamente se sintió segura con Amanda. Entonces, y en silencio, se acostaron, pero por más que lo intentó, Mérida no lograba conciliar el sueño, un incisivo dolor de cabeza ahora la atormentaba. Amanda no se permitía dormir hasta no ver a su amiga tranquila.
—Perdón por mantenerte despierta, Mandy... pero no sé cómo podría pasar la noche sin ti.
—No te preocupes, amiga. Mañana buscaremos maneras de irnos, si este lugar no te trae paz, pues encontraremos otro, ya veremos cómo hacemos con el dinero del alquiler y todo eso ¿sí?
—Sí... está bien...
—Bueno, ahora, vamos a tratar de dormir un poco, mira que con la mente cansada no podremos tomar buenas decisiones.
—Está bien, lo intentaré, pero es que tengo un dolor de cabeza que me está matando...
—Hum... ¿No tienes nada para eso?
—Sí... allí, en esa caja debo tener un acetaminofén o algo así —dijo Mérida señalando la caja de zapatos sobre la peinadora.
—Déjame ver —Amanda se levantó, prendió la luz del cuarto.
Comenzó a revisar la caja y notó, no con poca preocupación, la cantidad de medicinas que Mérida tenía, analgésicos muy fuertes, calmantes, pastillas para dormir, pero las que más llamaron su atención le sonaban de algo: aripiprazol, olanzapina, risperidona, carbamazepina... y sí, también acetaminofén. Agarró una de este último y se lo dio, cuando iba a decirle que la esperara un momento que iba a buscarle algo de agua, Mérida se tragó la pastilla sin mayor reparo.
5 – No eres nada, maldita sombra
—Mérida, necesito preguntarte algo —le dijo Amanda a Mérida, mientras comían en la habitación.
—Dime.
—Verás, es que anoche mientras buscaba el acetaminofén me di cuenta que tienes muchas medicinas allí.
—Ujum... ¿Qué pasa? ¿Necesitas alguna? Toma la que quieras.
—No es eso...
—¿Entonces qué es?
—Necesito saber qué quiere decir eso. Tengo alguna idea, pero necesito que seas sincera conmigo y me expliques qué ocurre... —Amanda miraba a Mérida fijamente, esta evitaba levantar la cara—, dímelo, Mérida... y por favor no me mientas...
Mérida ni se inmutó, dejó de comer, la pregunta de su amiga le quitó el apetito.
—Mérida... habla, por favor... dime algo...
—¿Qué quieres que te diga, Amanda?
—Lo que te pregunté, por favor, habla.
—No tengo nada que decirte, Amanda. Ni a ti ni a nadie.
—Por favor, soy tu amiga, necesito saber qué ocurre. No dormí nada bien pensando en toda la escena de anoche.
Mérida se quedó pensando, pero no volvió a abrir la boca. Estuvieron sumidas en ese incómodo silencio por un rato. Hasta que Amanda, molesta, se levantó y comenzó a recoger sus cosas.
—Está bien, Mérida, no digas nada. Pero no me quedaré tranquila si no te digo lo que pienso. Has estado viendo, escuchando y sintiendo cosas, y a pesar de que he estado presente mientras eso ocurre, no he podido experimentar lo mismo. Por un momento llegué a creer que es que eres una de esas personas que son sensibles a las cosas del más allá, que tal vez tendrían una especie de don, pero cuando vi las medicinas que tienes en tu caja comprendí que no era así, tú tienes una condición y no es cualquier cosa... debes tener algún tipo de enfermedad mental muy fuerte y no me lo quieres decir. No sé qué podrá ser, pero no puedo pensar lo contrario. Estoy triste, estoy herida, porque somos amigas desde hace años y nunca me dijiste que debías tomar ese tipo de medicamentos, ni nada de esas cosas. Sé que estás pasando por una situación muy triste y todo eso. Pero si ni en el peor de los momentos puedes confiar en mí, para poder ayudarte, entonces creo que no tengo nada que hacer aquí. Así que me iré... —Amanda terminó de colgarse su morral y se dirigió a la puerta de la habitación.
—No te vayas... por favor, no lo hagas...
—Entonces dime qué es lo que ocurre. De verdad me iré si no lo haces.
Mérida respiró profundo, reprimiendo un incipiente ataque de ansiedad que podía sentir en puerta. Se extendió un largo y triste silencio, y haciendo acopio de valor habló.
—Tengo esquizofrenia... —dijo Mérida, Amanda se quedó pasmada parada junto a la puerta— por favor... no me dejes sola —Mérida se derrumbó y comenzó a llorar desconsoladamente.
Amanda no pudo dejar de compadecerse, así que se quitó el bolso, se acercó a su amiga y la abrazó. Mérida lloraba cada vez más y más, estaba desahogando los mares en su lamento y, como pudo, le explicó a Amanda la situación en medio del llanto.
—¡Perdóname, Mandy!, ¡perdóname!, ¡por favor no me dejes!
—Ya, shhh, tranquila.
—Perdóname, de verdad... nunca te lo dije, pero es que me da demasiada vergüenza, odio esto como no te imaginas. De verdad no sé si lo tengo o no lo tengo. ¿Recuerdas cuando comenzaron mis problemas con Armando?
—Sí... lo recuerdo.
—Pues, busqué ayuda profesional... una psicóloga... inmediatamente me remitió a un psiquiatra, y no tardaron en darme el diagnóstico. Comencé a tomar el tratamiento y me controlaba, sí, pero quedaba totalmente dopada, sin capacidad ni posibilidad de hacer muchas cosas. Era horrible. Es un estar y no estar y lo odio. He querido suicidarme muchas veces, para mí no tiene sentido vivir la vida así. Porque cuando tomo el tratamiento simplemente me desvanezco y si dejo de hacerlo viene la locura... lo odio, lo odio, odio mi vida... ¡Qué hice para merecer esto?...
Amanda escuchaba sin saber qué decir. Queriendo apoyar a su amiga de alguna manera, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Comenzó a llorar también. Finalmente se aventuró.
—Bueno, amiga, pero aquí estoy. No estás sola. Eso es lo importante —dijo Amanda lacónica, Mérida asintió en silencio—, pero debes tomar tu tratamiento, aunque sea a la mitad, no sé, lo importante es que no vuelvas a atormentarte.
—No quiero tomarme el tratamiento —dijo Mérida con pesar.
—Mérida, no me vengas con eso, por favor, quiero ayudarte, pero tú tienes que dejarme a mí ayudarte.
—Pero es que...
—Pero nada, apenas comiences a ver y sentir cosas, por favor házmelo saber y allí te doy tus pastillas para que te las tomes, ¿te parece?
—Bueno... está bien —contestó Mérida, finalmente, después de un rato.
El día pasó en relativa calma, Amanda vigilaba atentamente a Mérida. Procuraron hacer actividades que mantuvieran ocupada la mente de Mérida. Amanda, por su parte, comenzó a pensar qué hacer, tenía que buscar ayuda y pronto, ella no tenía ni idea de cómo manejar una situación de este tipo, muchas preguntas comenzaron a surgir, ¿qué tan grave estaría el caso de Mérida?, ¿podría ella estar en capacidad de cuidar a su amiga?, ¿habría que internar a Mérida, tal vez?, ¿sabría su familia de aquello?, Asumió que debía comenzar por allí, comunicarse con la familia de Mérida, pero no le diría nada a Mérida todavía, pues conociéndola como la conocía sabía que iba a ser un problema el solo mencionarlo.
La noche había caído, Mérida no había mostrado señales de ansiedad o fobia... al menos no mientras estuvo acompañada por Amanda. Por supuesto que veía las sombras acecharla, pero no quería tomar el medicamento, así que como podía disimulaba los temores. Pero Amanda no dejaba de notarla algo tensa, sabía que algo estaba ocurriendo, pero no le quiso decir nada para evitar caer en diatribas, debía ser paciente.
Finalmente llegó la hora de dormir, las amigas se acostaron. Mérida no tardó en encontrar el sueño, pero Amanda no podía conciliarlo, así que pasó la noche en vela, atenta a las de cambio para intervenir, estaba segura de que pronto estaría por ocurrir algo con Mérida, porque tal vez podía controlarse por el día, pero difícilmente podría controlarse con el sueño, así que se levantó, revisó la caja de medicinas y sacó una pastilla de cada una —del tratamiento—: aripiprazol, olanzapina, risperidona y carbamazepina, y las tuvo a mano. Sabía que no iba a estar tranquila hasta que Mérida se tragara sus caramelos. No quería volver a ver la escena de la amiga tragándose la pastilla sin mayores reparos, así que buscó rápidamente un vaso de agua en la cocina. Amanda estaba en guardia, ya sólo era cuestión de esperar.
El tiempo pasaba, pero Mérida parecía dormir más plácida que de costumbre. Amanda comenzaba a batallar con el sueño, cabeceaba y se despertaba de tanto en tanto, pero sus ojos otra vez se cerraban. En una de esas sintió entrar a la habitación una brisa fría que la adormeció aún más, estaba ya a punto de ceder por completo al sueño cuando...
—¡AAAAAAAAAH! —Mérida despertó agitada, llorando.
Amanda reaccionó inmediatamente, perdiendo por completo el sueño que la abrigaba. Mérida no decía nada, miraba a los lados temerosa, respirando agitada y sus manos temblando frenéticas.
—¡Amiga, aquí estoy! ¡Hey! —le decía Amanda. Pero ella le esquivaba la mirada— Mérida, hey, escúchame, no hay nada, sólo estamos tú y yo, ¿sí?
Amanda notó entonces que Mérida estaba evitando a toda costa mirar en dirección a la peinadora.
Mérida negaba con la cabeza mientras se le salían las lágrimas, tratando de guardar silencio... la sombra estaba allí, delante de ella, mirándola fijamente, quería hacerle daño, quería matarla o robarle el alma, sus dos ojos acuciantes la miraban sin escrúpulos y perversos, de pronto afuera de la habitación escuchó los gritos de un hombre y de una mujer, en un idioma totalmente desconocido e inteligible, la discusión era cada vez más y más fuerte, y por mucho que Mérida tapara sus oídos no podía dejar de escucharlos, no se explicaba cómo Amanda no podía escucharlos y Amanda estaba allí a su lado, ¿por qué le gritaba?, ¿por qué la estaba insultando?, ella no le había hecho nada malo, ¿ahora por qué Amanda le decía todas aquellas cosas horribles? De pronto Amanda la agarró por el cabello, tirando su cabeza hacia atrás, le dio una cachetada y otra y otra, con sus uñas la arañaba en los brazos, de pronto agarró unas cucarachas que habían en la cama y se las metió a Mérida en la boca a la fuerza, las hizo tragarlas y a pasarlas con un vaso de sangre, Amanda lloraba desconsolada y gritaba, pero su voz no salía por mucho que lo intentara.
Amanda ahora le golpeaba la cabeza, seguía insultándola, las voces fuera de la habitación seguían discutiendo, la sombra en frente no dejaba de mirarla, ella seguía evitándola. Los golpes de Amanda de pronto comenzaron a ser menos fuertes, ya no la insultaban tanto y las voces disminuían su intensidad, la sombra la seguía acechando, pero no se atrevió a hacer nada más. Amanda de repente ya no golpeaba, sólo la acariciaba y le decía que estuviera tranquila, que ella estaba allí, las voces se estaban yendo muy lejos, no se atrevía a mirar hacia donde estaba la sombra, era lo que más miedo le daba.
Finalmente, ya más calmada, Amanda la ayudó a acomodarse en la cama nuevamente, para dormir, las voces de afuera ya se habían ido. Amanda le decía con voz muy suave y relajante que estuviera tranquila, que sólo estaban ellas dos allí, que nada malo le iba a pasar, que la iba a proteger, y le seguía acariciando el cabello, Mérida estaba más tranquila, sentía el embotamiento de las medicinas, todo era un producto de su mente, pronto ya no vería nada, no estaba sola, Amanda la cuidaría. Quería ver cómo la sombra se desvanecía, eso le daría tranquilidad, así que miró hacia la peinadora, la sombra se erigía allí inclemente, pero ella ya no tenía miedo, no había nada que la sombra pudiera hacerle porque no era real, sólo era un producto de su mente dañada y mientras tuviera su tratamiento, ella no le tendría miedo, vio cómo la sombra extendía un brazo hacia la caja de medicinas y la empujaba al borde de la peinadora, Mérida se reía hacia sus adentros, y pensó «No eres nada, maldita sombra». La sombra empujó la caja hasta hacerla caer y Amanda volteó.

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