Una batalla encarnizada

9:00 de la noche, la hora perfecta para los ataques tácticos en equipos nocturnos. Los equipos Alpha y Beta esperaban desde el norte las señales del general Docusan, este se encontraba en el sur con el grupo Omega junto al escuadron Pitágoras.

—Ya casi es momento, sólo hay que esperar a que llegue el objetivo e inmediatamente empezaremos con la misión.

A las 9:30 el gigante apareció dando lentos pasos hacia lo que parecía ser su lugar para descansar, Docusan hizo señas para poner a todos atentos a sus ordenes, no podía comunicarse verbalmente con los escuadrones del norte, por lo cual sólo podía dar ordenes a traves de señales, el gigante finalmente se acostó con un estruendoso ruido, en ese instante hizo la señal definitiva.

—¡Es ahora o nunca! ¡Avancemos a la victoriaaa!— Gritó Tokimos, el capitán del escuadrón Alpha.

 Los escuadrones del norte o los escuadrones suicidas, como se les conocían popularmente, atacaban directo a la cabeza del gigante, buscando distraerlo para que los escuadrones del sur pudiesen obtener el tiempo y el momento perfectos para lograr su cometido, inyectarle el virus al gigante, ya que este tenía una gruesa capa de piel que sólo podía ser penetrada por cosas muy puntiagudas, por lo cual había que pararse sobre la zona objetivo e inyectar el contenido.

 El gigante apenas escuchó a uno, empezó a tirar manotazos a ver si agarraba a alguno y lo mataba, los soldados esquivaban las inquietas manos, volando por abajo, por arriba, planeaban con movimientos muy ágiles a través del invisible aire, a veces trataba de aplastarlos con las dos manos, aplaudiendo y haciendo un ruido que los aturdía por segundos.

—Capitán Tokimos, ya han muerto dos soldados, debemos activar el plan Desorienta al bebé —Dijo un soldado raso del grupo Beta.

—Exactamente, soldado, activamos protocolo Desorienta al bebé, dos por el oído izquierdo y otros dos por el oído derecho, ¡VAMOS, VAMOS! ¡NO PIERDAN EL TIEMPO, SOLDADOS! —Gritó el capitán Tokimos, sabiendo que esta era una maniobra efectiva, pero la más arriesgada de todas, ya que estarían a la altura de la visión del gigante, echó un vistazo hacia las manos del monstruo y estas estaban llenas de sangre y partes de soldados que habían tenido la visita directa y fugaz de parte de la parca.

 Recordó sus últimos momentos en casa y deseó estar en su hogar, con su esposa y sus cuatro hijos, les había abrazado y dado un beso a cada uno la noche anterior a su despedida, había tenido un encuentro amoroso con su mujer, las posibilidades de volver a casa después de estas misiones eran demasiado bajas, todos los soldados se preparaban psicológicamente para la muerte, pero la imagen de sus compañeros destrozados en las manos del gigante hacía que le invadiese un terrible sentimiento de miedo, por lo cual se concentró en esquivar.

Ya en el extremo sur, el General Docusan veía preocupado la masacre en el extremo norte, así que se apresuró a buscar el punto débil del gigante, este tenía que ser el lugar que menos se moviera de su cuerpo, la mayoría de las veces resultaba ser las piernas, pero el virus era más efectivo en el torso, por lo cual esperó un rato más a que se concentrara en los soldados que volaban por su cabeza.

Pasaron veinte minutos de ardua batalla y en el norte sólo quedaban dos soldados rasos, más el Capitan Tokimos. Ya no sólo las manos, sino también las paredes de la habitación del gigante estaban atestadas de restos de soldados muertos, la sangre bajaba en hilos por las paredes, el horror estaba esparcido por todos lados y en la cara de los soldados restantes.

 El general Docusan seguía buscando un punto débil, le preocupaba no poder hacerlo y que todo el sacrificio de la misión no valiese la pena, ya el terror le invadía la mente cuando vio el sitio perfecto, el tobillo de la pierna izquierda no se movía mucho, era el lugar perfecto para inyectar el virus.

 Iba volando hacia su objetivo cuando vio que el Capitán Tokimos estaba en problemas. Recordó cómo, de pequeño, Tokimos se le había acercado para pedirle un autógrafo, ahora era Capitán consagrado con muchos títulos, había visto cómo ese pequeño creció hasta convertirse en el macho que es hoy.

 No pudo con el pesar que le daría si veía a su amado alumno morir en batalla, decidió dejar la inyección del virus para después y fue a ayudar a su aprendiz.

 Cruzó rápidamente el tórax del gigante y llegó hacia la vista del mismo.

—¡Tokimos, escape! ¡Ya no quedan muchos! ¡Yo podré acabar la misión solo!— Le gritó.

—¿Qué dice, General, está loco?

—¡Diríjase rápidamente hacia los pies del gigante, inyecta el virus y váyase! ¡Nos tocó uno más avanzado de lo normal! ¡Tiene más experiencia contra nosotros! ¡No tienes las habilidades suficientes!

 Los manotazos iban y venían, ya el general Docusan había logrado captar la atención del gigante y alejarlo de Tokimos.

—¡General, esto va en contra de las ordenes y el código de mi posicion militar!

—¡SOLDADO, LE ESTOY ORDENANDO QUE SE RETIRE! —gritó Docusan,

Tokimos no podía creer lo que escuchaba, su general estaba sacrificándose por él, no había razón para eso, igual decidió seguir las ordenes y fue hacia el tobillo del gigante, inyectó el virus y este ni se percato, estaba enfrascado en aplastar al general Docusan

—¡Listo, general! ¡Vámonos, todavía hay tiempo! —gritó Tokimos mientras subía a ayudar al general.

—¡Le ordené que se fuera! —gritó molesto Docusan— ¡Ahora va a ser más difícil escapar!

 Los dos volaron hacia la derecha del gigante, este los persiguió. Pronto se dieron cuenta que habían cometido el error más grande al romper la ley de vuelo número uno: Nunca volar en línea recta al frente de la vista del gigante. La muerte ahora era inminente.

—¡Por favor, dígale a mi esposa que la amaré siempre!¡Y a mis hijos también! ¡Fue un honor haber volado junto a usted, capitán Tokimos! —rápidamente Docusan empujó a Tokimos con todas sus fuerzas.

 Tokimos reaccionó al instante, pero sólo pudo seguir cayendo mientras veía cómo las manos del gigante se cerraban aplastando al general, desparramando sangre y partes por todos lados.

 Tokimos volvió a la base y contó lo sucedido, hubo una gran celebración en el velorio del general, había muerto de forma honorífica y logrado el objetivo.

 

***


Dos meses después el joven Charlie murió de dengue.

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